Me imagino caminando por las calles de Chicago un jueves de boxeo. Me siento en un bar cercano mientras leo el periódico en la sección deportiva, ojeando los últimos detalles del combate. Mis ansias por pasar al recinto hacen que me encuentre dentro del Soldiers Field demasiado pronto, apenas somos cuatro gatos. Al menos evité el tráfico que se arma cuando se acerca la hora del evento.
Me quito mi sombrero de copa y me enciendo un puro mientras busco mi asiento. Buen lugar para ver esta guerra, si hubiese comprado una entrada más alejada, el humo que se forma no me hubiese dejado ni distinguir a unos de otros. Empieza a entrar el gentío, muchos grupos de señores que recién salen del trabajo y eligen el boxeo antes que a su señora. Al menos pueden comentar entre ellos. Yo estoy solo y como tantas veces, me acerco a los periodistas de turno. Mañana publican sus crónicas de lo sucedido esta noche. Van a ser los ojos del que no está aquí para verlo. Igual que los locutores de radio, un invento glorioso que llevaba unos seis años funcionando en las grandes galas de pugilismo.
Empiezan los primeros combates. «Ese negrito tiene potencia», creo que el polaco acaba de cobrar por tres vidas. Se empiezan a hacer corrillos en los puestos de comida y bebida, hablando del combate estelar. Unos dicen que Dempsey ya está acabado mientras van por su segunda o tercera copa. A mí me gusta estar sobrio, al menos hasta que acabe lo importante, luego ya puedo volver a casa dando tumbos.
No digo que no tuvieran razón, Dempsey había perdido el título con Tunney, un año atrás. Tenía su lógica de que no confiaran en el Manassa Mauler.
Aunque no he bebido, siento que la emoción de ver a tanta gente me tiene algo mareado. Nunca había visto a tantas personas juntas en toda mi vida, debiera ser eso. Miraba a lo más lejos que daban mis ojos y no veía un fin. Entre los gritos, el humo y la maldita costumbre de todo hombre por levantarse de su asiento a cada rato, siento que se me ha pasado la tarde, ha entrado la noche y en poco tiempo salen los pesos pesados al ring.
Imponentes. No me subiría con esos dos ni loco. Ya me podrían pagar millones. Que, por cierto, a los pocos días leí que el evento había hecho record absoluto en taquilla, recaudaron más de dos millones y medio de dólares, pero ni por eso me hubiese subido con ninguno de los dos.
Me encanta ir al gimnasio a hacerle pagar al saco todas las putadas que mi cabeza piensa a lo largo del día y sobre todo a charlar con los muchos amigos que hice allí. Soy más de disfrutar viendo el corazón que ponen estos guerreros y la tensión que se vive a todo lo que rodea un día de velada.
Lo dicho, imponentes. Dempsey cruzaba fuego y Tunney no quería ser ceniza. Gene Tunney se desplazaba y contragolpeaba, cuando podía, a la que entraba en su distancia Jack Dempsey. A Jack le costaba, desde mi asiento yo intentaba buscarle la mirada y era obvio que no estaba nada cómodo. Pero este es otro día más en la oficina para él. El combate estaba pactado a 10 asaltos y ya habíamos entrado en la segunda mitad del pleito. Lo recuerdo por los gritos de la esquina de Jack Dempsey que le apretaban para que continuara la presión. En ese justo momento, Jack arremetió con un aluvión de golpes al rostro del campeón mundial, un crochet de izquierdo lo dejó totalmente fuera de combate y terminó cayendo al entarimado del Soldiers Field. El estadio en llamas. Unos por amor al ídolo y otros por la apuesta semanal. Se las prometían muy felices.
Aquí fue donde el detalle más importante de la noche se le escapó a tanta gente que ni se percató de lo ocurrido. El señor Dave Barry empezó muy tarde el conteo de los diez segundos, mientras esperaba que Jack Dempsey se situara en la esquina neutral. Lo que permitió a Tunney recuperarse del mareo producido por la larga y dura combinación de su rival. Años después sigo presumiendo de que yo sí me di cuenta del hecho, que en ese momento no le di tanta importancia. Pensaba que Dempsey acabaría el trabajo, pero no fue así.

En el siguiente asalto Jack era el que caía a la lona, tenía la guardia muy baja durante todo el combate, la mano derecha de Tunney no tenía dificultad en acertar. En esta ocasión, Dave Barry empezó la cuenta de forma instantánea. Se hizo el silencio en el Soldiers Field, tanto es así que me escuché toser y hasta me asusté. Llevaba 3 horas y media de velada sin oírme a mí mismo. Jack se sobrepuso. Escuchamos la decisión de los jueces con más dudas que convencimiento. Mis vecinos de asiento decían que Dempsey estaba acabado. Igual que los que me encontré unas horas antes bebiendo. El caso es que la victoria final se la atribuyeron a Gene Tunney. Continuaba siendo el campeón de los pesos pesados. Y estando sobrios, borrachos, cuerdos o locos, las personas que me crucé no estaban lejos de la verdad. Dempsey se retiró de la competición esa misma noche. En ese instante yo no lo sabía, tampoco días y meses después tendríamos la certeza de que era su última aparición y yo maldecía todos los comentarios de la gente tanto allí como en el trabajo que no paraban de repetir la frase «El tiempo de Dempsey ya pasó».
Ojalá todos nos podamos retirar de nuestros trabajos generando casi tres millones de dólares en un día. «¿Acabado? Ese hombre ha tenido y tiene mas vida que todos vosotros juntos».
Me he imaginado durante unas horas estar el 22 de septiembre de 1927, hoy hace 98 años, en el Soldiers Field de Chicago y he dejado parte de mí allí. Si alguna vez crean la máquina del tiempo, si viajan a ese día, me verán por ahí, pululando entre el humo del noble arte.
The Long Count Fight
Carlos Fernández