El 1 de octubre de 1975, es decir, un día como el de hoy, pero medio siglo antes, Muhammad Ali y Joe Frazier decidieron dejar llevar su cuerpo y mente hasta mas allá de cualquier límite antes visto.
Hablar del combate más famoso de la historia es adentrarte en un terreno muy explorado y volver a repetir muchas de los anécdotas y de los hechos acaecidos esa mañana de miércoles en el Araneta Coliseum de Quezon City (a 10 km de Manila). Ahora bien, quiero ir mas allá del propio combate y de las mil y una historia que lo rodean. Ali y Frazier se enfrentaron por el título mas importante y famoso del mundo: el campeonato mundial de los pesos pesados. Eso quedó relegado a un segundo plano fuera de lo verdaderamente real e importante.
¿Qué los movía? El orgullo de ambos por demostrarse a si mismos y al mundo entero, que eran el número uno. Que todo lo trabajado durante tantos años había servido para llegar a la cima más alta de su profesión.
Es inhumano aguantar en pie durante catorce asaltos, con una temperatura de 40º centígrados, ante una leyenda que te quiere ver destruido ante sus pies y que no para de golpearte con su mayor intención. Pues lo hicieron. Ganó Muhammad Ali, si, pero Joe Frazier cuenta con el mismo mérito que su legendario rival.
Con el paso de los años, son muchas las lecciones de vida que ese combate ha dejado de legado a las nuevas generaciones. Muchos jóvenes acuden todos los días a su gimnasio de boxeo. Tener de referencia, hace cincuenta años, a monstruos de la talla de Ali o Frazier y sus épicas actuaciones, son el mejor combustible del que puede gozar un deporte. La mística del boxeo es conocida por todos. Pero, jamás tendríamos el respeto mundial y las miles de historias de vida y superación que muestra el pugilismo sin los auténticos protagonistas que se suben al ring a jugarse la vida. Ellos son el ejemplo y a ellos debemos todo. Por eso, cuando hace medio siglo dos deportistas expusieron al mundo el sacrifico que conlleva la verdadera búsqueda de la grandeza a través del sufrimiento y la entrega, todos y cada uno de los que amamos el deporte y el precio de una vida justa y no oportunista, sonreímos un 1 de octubre con orgullo.
Carlos Fernández