“Viajar es útil, ejercita la imaginación. Todo lo demás es desilusión y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. Ahí reside su fuerza. Va de la vida a la muerte. Personas, animales, ciudades y cosas, todo es inventado. Y además, cualquiera puede hacer lo mismo. Basta con cerrar los ojos»
«Está en la otra parte de la vida”.
Louis-Ferdinand Celine.
El aire entra por la ventanilla del coche, mi cabeza más rápida aún, yo volaba más lejos que el aire que invadía mi asiento. Hacía días que mi mente caminaba a otro trote distinto, un viaje a tierras alicantinas se aproximaba, en ese mismo coche, aunque no acercaba a imaginar la experiencia que me esperaba.
Los rituales previos adquieren un sentido místico o espiritual difícil de definir aquí sentado. Después de tantos años viendo este deporte por televisión, por fin tenía la oportunidad de mimetizarme con el ambiente y sentir desde dentro tales nervios.
En un abrir y cerrar de ojos estaba subiendo una escalera con todo el equipo, el speaker había anunciado la salida de nuestro boxeador y yo estaba ahí, como uno más, pero en una especie de nube a 200 pulsaciones por minuto. Los combates fueron bastante bien. Cuando salíamos del lugar, un tal Gabriel Sarmiento se despidió de todos nosotros con palabras de felicitación por el trabajo bien hecho, las caras de orgullo y satisfacción de mis entrenadores al oírlo bien valieron un viaje tan largo.
Unos días después desperté y estaba en los pasillos del gimnasio del Rayo Vallecano. Sí, tan solo siete días después, tuve la suerte de volver a la carretera. No había despertado de un sueño y ya estaba en otro, en esos momentos quieres dejarte llevar y que nunca acabe.
Un trasiego de personas recorrían los pasillos, de las cuales muchos de ellos me sonaban, para no sonarme… «Pambani, como no te voy a conocer, eras un pedazo boxeador», le dije al bueno de Eric Pambani.
Estaba en uno de los escenarios más icónicos del boxeo español y no solo eso, sino que iba acompañado del equipo con el que entreno todos los días, dos de ellos iban a competir en dicho lugar y eso lo hace aún más grande que si acudes solo de público. Iba a vivir una velada desde donde se cuece todo, desde el ritual del vendaje hasta la salida al ring y por supuesto, la llegada al vestuario del boxeador después de la batalla, todo ello lo viví en Elche siete días antes, pero en este caso, como dije antes, lo estaba disfrutando en un lugar emblemático e importante para el boxeo nacional. El mismo José Durán (campeón mundial en 1976, en Japón) estaba en primera fila.
Poco mas que añadir. Un recuerdo imborrable, aunque lo que también será imborrable son los vestuarios malolientes ofrecidos a los «visitantes» debido al constante desfile de aficionados a miccionar, por decirlo finamente, y de las decisiones arbitrales algo dudosas, también en contra de los de fuera. La apreciación a los vestuarios es un guiño a la persona que hizo posible que Noche de Boxeo exista, guiño explicado.
Dentro de toda esa vorágine es cuando sentí de una manera fuerte y clara que lo que estaba viviendo esa tarde era lo que quería ser y donde quería estar, a lo que me quería dedicar, estaba en el lugar idóneo, era mi sitio. Ese día lo tuve más claro que nunca.
Los meses siguientes siguieron esa dirección, velada tras velada, victorias, derrotas, empates, tensión etc… Me pongo muy nervioso, bastante más que los protagonistas, siento como si mi hermano fuera a subir al ring, y es que realmente son de mi familia, pero con el tiempo vas adquiriendo más templanza y controlas mejor esos momentos.
Recuerdo el viaje a Cuenca con especial cariño, dos de los nuestros boxeaban y uno de ellos tenía fiebre y un malestar bastante grande las horas previas. Llegamos a un recinto lleno de gente, yo seguía con mis paseos entre el asiento y los vestuarios, las noticias que me llegaban del «Potro» eran positivas, nada más empezar con las manoplas se había activado, ¡Joder que si se había activado! el contrincante empezó fuerte, pero pronto se le fueron apagando las ganas, Dani no había venido a conocer «las casas colgantes«, ¡Qué victoria!
Con nuestro otro boxeador no nos acompañó la suerte, los jueces le vieron perder, ni el público local se lo esperaba, celebraron la decisión como si de un gol se tratase, era la primera vez que sentía que el ambiente intimidaba. Apoyando al nuestro estábamos dos personas y el público bramaba por los suyos y celebraba cada mosca que fenecía a causa de los ganchos al aire de su paisano. Un día muy especial.
La salida al ring de Consuegra también fue un momento único, salir custodiando a tu compañero que va a jugarse en el ring una semifinal de Castilla-La Mancha siendo el combate estelar de la noche es algo que recordaré siempre.
Y como si todo fuese perfectamente guiado, llegó el gran momento del Club Rayfer, después de unos años en stand by a la hora de organizar eventos, el 4 de Mayo volvieron al ruedo con una gran velada en Villarrubia de los Ojos que a la postre pasó a ser uno de los mejores días de mi vida.
Un día antes se me informó que iba a ser el árbitro de una exhibición entre la primera persona que me enseñó a boxear y un compañero del gimnasio. Yo ya había ejercido de árbitro en algún interclub (de aquella manera). Pero solo yo sé los nervios que pasé antes de subirme al ring, me intimidaba mucho ser observado por un pabellón totalmente lleno y no quería «liarla», lo único que puedo decir es que los dos asaltos que duró la exhibición yo sentía que todo el camino que había trascurrido hasta ese momento había valido la pena, y que había nacido para estar viviendo esos instantes, los nervios significaban que me importaba y que después de ver miles de combates por televisión, ahora el que estaba en un ring delante de cientos de personas era yo, fuera exhibición o fuera lo que fuera, yo había llegado hasta ahí.
La noche fue espectacular, con combates muy parejos y un gran ambiente durante las varias horas que duró el evento. Una cosa es ir a ver boxeo y otra muy distinta colaborar en uno y conocer de primera mano la locura que conlleva organizar este tipo de eventos.
En los meses siguientes tuvimos la oportunidad de seguir viajando a alguna que otra velada. Mención especial a la segunda vez que fuimos al gimnasio del Rayo Vallecano. En la puerta de entrada, tanto Héctor Reina como un servidor nos topamos con el grandísimo Rubén Varón, al que pedimos una foto y lo más importante, charlamos un buen rato con el de su carrera y del mundo del boxeo. ¿Qué hago yo en Vallecas hablando con Rubén Varón? Pasó por mi cabeza, pero a lo bueno nos acostumbramos pronto.
La última del año fue en Móstoles, los tres mosqueteros partíamos a tierras madrileñas por puro placer pugilístico, ya que no participaba nadie de nuestro club. Un campeonato de Europa femenino, un combate profesional y otros muchos amateurs fue lo que pudimos disfrutar esa noche, aparte de reencontrarnos con gente del mundillo del boxeo a la que siempre es bueno volver a ver. Me gustó mucho el combate entre Urko Polo y David Gómez (el combate profesional). Con Urko he hablado por redes y seguramente se pasará por Noche de Boxeo, y a David le pudimos saludar después de la velada, cuando fuimos a comer unas hamburguesas para reponer, yo le felicité por lo que me había hecho disfrutar, el pobre tenía la cara magullada, un guerrero.
Rafa de la Cruz, Jesús Manuel Silva y Ángel Turrillo han sido los artífices de todas estas vivencias que he tenido la suerte de tener este 2024. Y ellos serán protagonistas en esta sección de relatos.
Espero que esté 2025 siga dándome mucha más Carretera y Manta.
Carlos Fernández.
(Dedicado a todo el equipo de competición del Club de Boxeo Rayfer y a todos los alumnos de dicha escuela.)
«Toda mi miserable vida pasó ante mis cansados ojos, y me di cuenta de que, hagas lo que hagas, seguro que al final será una pérdida de tiempo, así que más vale que te vuelvas loco»
«En el camino» -Jack Kerouac.