Ya lo tenía todo listo, faltaban horas para que llegara la esperada noche.
Visualizas la silueta de algo grande, pero hasta que no te posas enfrente y te pones las lentes de la historia, no tienes verdadera constancia de lo que viene. Creer que todo va a cambiar en una noche es absurdo. ¿O no? ¡Dejadme con mi ilusión! No es el combate estelar de la noche y tampoco es la primera vez que un español triunfa en este deporte. ¿Por qué mi esperanza en que todo cambiará?
Era un verdadero neófito en el mundillo de las 16 cuerdas. No fui contemporáneo de los triunfos de Castillejo o Poli Díaz. No por edad, sino por la pasión tardía. Quería saber de primera mano lo que se sentía en un momento así. Llega la madrugada y aparecen estrellas del noble arte en mi televisor antiguo. Está por empezar este viaje sin destino fijo.
El reflejo mostrado por las ganas no es el éxito, es el sudor diario. ¿O no? De eso nuestro protagonista va sobrado.
Carlos, endereza el sentido y déjate de sueños. Lo único que puede cambiar es la vida del que gane, en tu país la gente solo respira pelota y picardía en un córner. En una esquinita, muy apartado, está tu deporte, querido. Me daba igual.
El cruce de cuero empezó a verse reflejado en mis lentes empañadas por el vapor del pesimismo. Si, ya cruzaban sueños e ilusiones en los combates preliminares ¡Vamos! -decía en voz alta, pero por dentro, todo nubes, todo dudas.
Silencio. Himnos. Presentadora neófita fingiendo emoción. Expertos del plató, deseando que sonara la campana para sacarse la tensión a tirones.
No fue mal, ¿no?
Destrozo por momentos, lluvia de golpes, tormenta de impactos a un cuerpo todavía vivo, caída en desgracia del enemigo en combate, rendición moral y juez sabio apiadándose del ser humano vestido de boxeador derrotado.
Y como toda historia bien o mal contada, llega el momento de acabar. Kiko Martínez se coronó campeón del mundo en Atlantic City ante Jonathan Romero. Ese fue el viaje de un país, de una afición y de un púgil como pocos, ese fue el viaje al fin de la noche. Por fin, vimos luz. Ese 17 de agosto de 2013, quedará ahí para siempre, ya no en mis sueños, sino en mis recuerdos.