Dicen que llorar, saca lo malo, desahoga el alma. Hoy frente al televisor, los aficionados al boxeo aquí en España, hemos visto llorar desconsoladamente a nuestro paisano, Rafael Lozano Jr. La decisión de los jueces (3-2) ha definido la eliminación del boxeador español, en los cuartos de final de los Juegos de París.
Yunior Alcántara, púgil de República Dominicana, veloz y bailongo, ha sido el verdugo de todos los que albergábamos esperanzas en sumar la sexta medalla olímpica en la historia del boxeo español y la segunda en estos Juegos (Reyes Pla tiene la culpa de la primera).
El entrenador de la selección española es el padre de nuestro púgil, aparte, Rafael Lozano tiene en su poder dos medallas olímpicas (Atlanta´96 y Sidney´00), lo que hacía muy especial el posible logro de su hijo, en París.
Tengo la suerte de escribir para mí, y no estar obligado a sentarme en un ordenador un minuto después del combate, para subir las crónicas. Gracias a eso, puedo dejar pasar horas, enfriar las sensaciones de rabia del momento y sentarme a contar lo que he visto, de una manera objetiva. Aunque ame escribir, no significa que necesariamente tenga que estar feliz para hacerlo, es más, mi motivación aumenta cuando no lo estoy.
El combate empezó como más o menos podíamos calcular, Yunior es un boxeador (por lo que había visto la ronda anterior) bastante incómodo de boxear, se mueve demasiado, es rápido y no arriesga apenas nada. Del otro lado, tenemos a Rafa, que tampoco es un boxeador que te vaya a regalar absolutamente nada, busca provocar tu fallo para entrar con su combinación, y con las mismas, salir de zona de peligro. Vamos, lo que es un combate amateur de toda la vida, por mucho que esté cambiando todo. Técnicamente, yo no aprecié mucha diferencia, pero físicamente, los brazos del dominicano eran más largos, con la consecuente dificultad para Rafa. Bracilargo y rápido, eran las barreras que se le presentaban al español.
Que puedo decir del primer asalto, pues que la falta de golpes claros y el miedo a quedar expuesto venció a la búsqueda de ataque e iniciativa. Un asalto que lo puedes puntuar de la forma que te dé la gana. Los jueces, en su mayoría se lo dieron al dominicano, se decantaron por él, sin más.
En el segundo asalto la cosa cambió, y no porque ninguno se volviera loco, sino porque Rafa Lozano Jr encontró mayor precisión en las entradas de su rival, la contestación era felina. Ahí es, cuando empezó el «show» (a mi modo de ver) del dominicano, cada acción, ya fuera a su favor, o incluso en su perjuicio, levantaba el brazo, cara a los jueces y a desconcentrar el trabajo del español. Quería transmitir que estaba todo controlado y que estaba ganando.
Al parecer, los árbitros habían avisado antes del torneo, que esta práctica no está permitida, y con mucha razón, pero el dominicano dedicó el segundo round a moverse, y a «celebrar goles». Lo cual es respetable, mientras no le dieran ganador del asalto. Al finalizar dicho asalto, las puntuaciones presentaban a dos jueces con la victoria para Yunior Alcántara, uno para Rafa y los otros dos restantes la tenían empatada. Tocaba remar para convencer a esos jueces que la tenían empatada. El tercer episodio fue una mezcla del primero y el segundo. Poca acción, pero la poca que hubo, en forma de izquierda recta al rostro, fue un ataque de Rafa. Luego, hubo algún cruce, pero sin claridad.
Sonó la campana y anunciaron la derrota por la mínima del púgil español. Las lágrimas no solo desahogan, también demuestran el hambre que tienes por conseguir algo. Si lloras ante un resultado, es porque te importa lo que ha ocurrido. Por eso, todos los españoles que sentimos pena y dolor cuando vimos llorar a Rafa, enseguida nos dimos cuenta, que esas lágrimas no eran el final, sino la mayor esperanza.