Por Carlos Fernández.
Siempre allá donde caminan mis pasos, busco imaginar las penurias de la gente que ha transitado esa tierra. También las alegrías. Cruzando la meseta central, por tierras de Castilla, el tono plomizo empieza a imperar sin piedad. Para placer nuestro, amigo Ángel. Entre anécdotas y asfalto, Palencia quedaba cada vez más cerca de nuestros ojos. Un leve error nos llevó a un camino, que a su vez, llevaba a la entrada de un pueblo más medieval que millenial, para entendernos, una maravilla despoblada de otro siglo. Ese desvío de la carretera principal era realmente una máquina del tiempo, solo que no llegábamos a caballo por un terreno empedrado.

Volviendo a enderezar el rumbo. Diana y Rafael nos esperaban después de una larga travesía castellana. El deporte tiene dos cosas que yo considero vitales para el ser humano: La pertenencia a grupo y el forjar una personalidad más fuerte mentalmente, por eso viajas al fin del mundo si hace falta para apoyar a esa familia.
Frente a nosotros, el Pabellón Mariano Haro. La marcha interminable de jóvenes entrando al recinto. En ellos vislumbras una ilusión casi reparadora, aunque mi pesimismo casi enfermo me despierte rápidamente del sueño. Al entrar ya puedes respirar el respeto y el hambre de gloria allá donde mires. Fueron muchos días esperando el momento y ninguno quiere fallar. Ahora ya podemos abrazar a la protagonista del día y a nuestro entrenador y amigo. Queríamos estar allí. Diana ya baja las escaleras para preparar su asalto al título de España, mientras los demás observamos los combates previos. Hay muy buen nivel en España, más del que se cree. El futuro es esperanzador. Unos se bajan tristes y llorando de impotencia, mientras los otros celebran ser campeones de España. No lo dije, las tierras de Castilla nos vieron llegar el día D, la sesión vespertina de las finales. Donde unos cumplen su sueño, un sueño del que podrán presumir toda su vida, y los demás se quedan a las puertas, saborean la gloria, pero se quedan a un palmo de besarla.
Nuestra Diana subió al ring del Mariano Haro sintiendo el cariño y nuestros gritos de ánimo. Ya hablaré con ella, pero la tensión/presión que se debe vivir en un momento así, tiene que ser muy grande. —¿No ves a ese, Carlos? Está muy tranquilo y en nueve minutos ya es campeón de España. Ni nervios ni nada—me dijo Ángel, tras ver a Efosa Widsom lucir tranquilo y ganar el campeonato de España en +80 kg.
¡Que bien empezó todo! La campeona de Madrid y con mucha más experiencia que la nuestra —todo hay que decirlo— se estaba viendo sorprendida por el ataque constante de Diana, con un cabeceo vital de necesidad para no ser un blanco fijo. Estaba arriesgando, pero no quedaba de otra. Noa, su rival, fue poco a poco sintiéndose mejor sobre el ring y buscando la distancia idónea para trabajar sin exponerse; aprovechando así su ventaja de envergadura. En el segundo asalto ya empezamos a ver a Diana algo mas pesada de movimientos, no era capaz de cerrar bien los espacios y la madrileña lucía más cómoda. Aun así, Diana no permitía que su rival se relajase. Ella siempre estaba acechándola. Buscaba una grieta que no terminó de encontrar. Coraje a raudales.
El maldito tercer asalto fue un visto y no visto, Noa conectó un golpe perfecto de ejecución, preciso en tiempo y distancia que tumbó a nuestra boxeadora. Esa anticipación, una décima de segundo antes de que Diana despegara su mano del cuerpo para golpear, fue clave para cogerla del todo desprevenida. ¡Se levantó, vaya si se levantó! pero algo mareada, el golpe le había dado cerca de la oreja y afectó a su equilibrio lo que motivó que el árbitro detuviera las acciones y decretara el fin del combate. La rabia, la impotencia y la sensación de quedarse a un solo paso de la épica, hicieron que Diana caminara muy apenada hacia los vestuarios. De lejos, nuestros gritos de apoyo y reconocimiento.
Después de unos minutos con la tensión por las nubes, el desfiladero se ensancha y la relajación te invade. Flota en el ambiente un positivismo con una base científica lógica, no todos los días estás presente en unos campeonatos de España. Imaginad la energía que se genera en el lugar. Demasiada gente remando en la misma dirección, con el mismo objetivo.
Diana, me hiciste muy feliz, yo disfruto desde casa de este tipo de torneos sin nadie al que apoyar, por el simple placer de analizar y gozar del noble arte. Este sábado estaba allí, respirando la energía de tantos luchadores y nutriéndome de ella para soñar despierto en mis propias hazañas. Además de todo ese premio, tenía a alguien a quien animar. Debutaste hace nada, te he visto crecer y la Escuela Rayfer y tú os traéis una medalla de plata para Ciudad Real. Merecida para todo el equipo. Gente que se desvive por esto. Mención siempre especial a Rafa; es de ese tipo de personas que confían más en ti, que tu mismo. Lo sé por experiencia.

Maldita suerte volver cansado y encontrarse con que la carretera ideal estaba cortada por un accidente. Si al menos fuera de día, podríamos ver la belleza del medievo, de todos estos pueblos que estamos atravesando. Ángel estaba de acuerdo conmigo, aunque con demasiada paliza en el cuerpo como para volverse loco con las iglesias y las curvas. Estábamos cruzando decenas de pueblos de Castilla, de noche, sin humanos a la vista y con una llovizna que volvía resbaladiza la carretera. Las anécdotas, al igual que el cielo, oscurecieron el tono. Nuestro programa de Milenio 3 dentro del coche había comenzado, lástima que no fuésemos periodistas de investigación para parar en algún pueblo a que nos contaran los fenómenos ocurridos en esa zona. La zona era perfecta para ello. Iker habría estado orgulloso.
Han pasado unos días y aunque las tierras de Castilla me encandilaron por sí mismas, dudo que tanto sin el señor Turrillo de guía.
Dedicado a los presentes, Jesús (e hijos), Ángel, Rafa, Tania, Diana y Nathalia.