Por Carlos Fernández.
Samuel Molina viajaba a Kaunas, Lituania, para defender su corona europea del peso welter, en un pabellón mítico, como lo es el Zalgiris Arena. El templo del baloncesto se vestía de gala para una noche con mucha acción y con un colofón que pretendía ser el gran regreso del veterano local, Egidijus Kavaliauskas. Una defensa voluntaria del malagueño —suponemos que por un buen montante económico—, ya que exponer su título voluntariamente ante un boxeador tan reputado mundialmente no se hace todos los días. El reto era enorme.
Ahora es muy fácil decir que el lituano ya tiene una edad y no venía en su mejor momento; este 2025 había perdido a los puntos en un combate igualado ante el medallista olímpico Souleymane Cissokho. Pero nadie olvida sus desempeños en EEUU, donde reside y donde ha hecho toda su carrera profesional. Kavaliauskas ha sido capaz de noquear a un tal David Avanesyan, al cual el aficionado español tiene muy presente; el mismo Terence Crawford reconoció al lituano como el hombre que más duro le ha pegado en su vida. Poca broma.
El pasado 28 de noviembre, se presentaba ante sus paisanos, por primera vez en su carrera, a sus 37 años. Samuel Molina, en ningún momento salió acomplejado; al revés, yo le vi bastante más tranquilo que de costumbre. Boxear fuera de casa, a veces, te puede aliviar tensión; el no tener a toda tu gente jaleando y deseando que salgas con el brazo en alto te puede relajar. Ahora, eran miles de personas las que animaban a su rival. Kavaliauskas lució lento, en la reacción y en el ataque frontal. A mitad de combate intentó cambiar el ritmo, al verse superado, pero ni con esas. Samuel se movía por el ring y, cuando se decidía a dejar claro el asalto, entraba con combinaciones rápidas y explosivas, y para cuando el lituano quería contestar, Samuel Molina ya no estaba. Esa fue la constante habitual de los doce episodios. Claro que Kavaliauskas conectó sus manos, pero iban como debilitadas por una falta de explosividad bastante severa; el español se dio cuenta de ello y cada vez le tenía menos respeto a la hora de intercambiar metralla.

Así acabó el combate, con un Samuel Molina desatado y lanzando una ráfaga final que puso en serios problemas al boxeador local. Quizás, ahora después de conocer el resultado, es normal pensar que Samuel Molina debió de mantener una mayor actividad y no conformarse con sentirse ganador de los asaltos, sino apretar durante los tres minutos. ¿Por qué digo esto? Porque los señores jueces dictaminaron una victoria por decisión dividida (115-113; 115-113; 114-115) en favor de Egidijus Kavaliauskas, y en consecuencia, le arrebataba el cinturón de campeón de Europa al púgil español, ante la incredulidad de todos los allí presentes, incluido el árbitro, que hasta se equivocó de brazo y levantó el de Samuel Molina.
Es obvio el daño sufrido por nuestro amado deporte con estas incomprensibles decisiones. Es un debate inacabable. Yo solo espero que haya una solución por parte de los organismos, en este caso la EBU, al menos mandando a la nevera a ciertos jueces. Porque, por lo demás, poco pueden hacer. Los promotores se lavan las manos; ellos montan un evento multitudinario necesario para que el boxeo siga existiendo, y parece que lo deportivo pasa a un segundo plano. Por supuesto, ni Kavaliauskas ni Molina tienen culpa alguna. Honor a ambos por el gran combate ofrecido.